lunes, 29 de septiembre de 2008

Mis sueños son otros ahora

Últimamente pienso y hablo bastante sobre sueños. No me refiero a los sueños que tienes cuando te acuestas sino a esas expectativas tan agradables con las que uno fantasea a menudo. Hay gente que tiene sueños desde pequeños y hace lo imposible por cumplirlos de mayor, otros van cambiando de sueños al ritmo que va cambiando su vida (bienes materiales, éxito profesional, éxito personal, etc), otros sin embargo tienen sueños imposibles (vivir en un mundo sin dinero y volver al trueque, ser el único hombre de la tierra rodeado de supermodelos del Playboy, viajar en el tiempo, etc). Yo creo que nunca he tenido sueños fijos desde pequeña como tienen otras personas, soy de las del segundo grupo, de las que va cambiando de sueños. No obstante, debo decir que últimamente en mi esperado e inmejorable momento de paz interior mis sueños sólo giran en torno a una cosa: la felicidad, conservarla. He pasado momentos de mi vida en los que mi sueño era conseguir entrar en una talla 36, ser la más popular del insti que se liga al superwapo, ganar una importante suma de dinero en la lotería (y yo no juego casi nunca!), quedarme encerrada en una gran superficie y pasarme la noche jugando y comiéndome todas las chuches de las estanterías, conocer a… (mejor no digo el nombre que ahora me da corte), etc. La cuestión es que cuando empecé a hacerme mayor y centrar mis estudios empecé a soñar con las personas que admiraba. Me he cruzado con un montón de profesores que admiraba hasta el infinito y más allá por lo que sabían, por dónde habían llegado (publicar artículos en USA, tener varios doctorados, escribir cantidad de libros, ser directores de grandes proyectos, etc). Para mí ellos eran unos supercracks a los que admiraba con absoluta devoción. Ellos destacaban entre miles de personas, eran los mejores de su campo en todo el país e incluso a veces de territorios más amplios (sí, he tenido suerte de tener profesores escogidos entre la creme de la creme). Su éxito laboral era para mí inconmensurable. Lo que nunca pensé durante todos esos años era el precio que pagaban por ello. De hecho daba por sentado que eran unos superhéroes capaces de compatibilizar vida privada y ser unos cracks de lo suyo. Hasta que un día me di cuenta. Estaba haciendo el máster y tenía delante a una mujer que empezó siendo profesora de instituto, luego jefa de estudios, directora, etc y así había ido escalando puestos hasta llegar ser inspectora de educación. Nosotras (las alumnas) nos quejábamos de que el trabajo que nos pedían era demasiado y entonces nos pegó la bronca y nos dijo que uno tenía que trabajar realmente duro para conseguir sus metas y que ella había llegado hasta donde estaba saliendo de su casa cada día a las siete de la mañana y llegando pasadas las nueve de la noche. Eso me impactó. Pero pensé que era una típica adicta al trabajo, puesto que era bastante joven para el cargo que ocupaba. Luego otro día, en un plan más informal comentó que estaba casada y tenía dos hijas. Ahí sí que me quedé paralizada y perdí el hilo de la conversación. Dijo que llevaba muchos años con ese horario y la verdad es que la mujer sabía más del invento que el propio inventor así que me pregunté cuándo había tenido tiempo para ver crecer a sus hijas, para estar con ellas, para tener aficiones, para ver a sus amigos (amigos no relacionados con el trabajo), para estar en familia, para ver una película, para leer un libro por placer, para dar un paseo o incluso para hacer la compra. Supongo que a eso es a lo que se refería con lo del sacrificio, al precio. Imagino que ella, como mucho de los que hace tiempo admiré pagaron el precio de ser unos genios en lo laboral para no ser nadie en lo privado. Entonces cambió todo para mí. Mis notas empezaron a bajar porque empecé a pasar menos tardes leyendo bibliografía (complementaria) y más momentos de placer con mi familia y mi chico. Me pregunté a mi misma si de verdad quería ser como ellos y provocar tal grado de admiración como el que yo sentía por ellos en otras desconocidas jovencitas de mi edad cuando yo tuviera los cincuenta y tantos. Y mi respuesta fue: "NO". Dejé de sentirme mal por no haberme leído todo lo “extra” que tocaba el finde y me sentí orgullosa de haber pasado ese ratito con mi chico creando bonitos recuerdos para la memoria. Desde entonces ya no sueño con ser una superprofe a la que invitan a todos los congresos y da charlas a personas que la admiran y se han leído sus libros y que piensan que es un crack. Empecé a soñar con un hogar, un marido enamorado, niños y un trabajo que me llenara y del que disfrutara siendo simplemente una de esas superprofes geniales con las que todo el mundo aprende, disfruta y recuerda divertidas lecciones porque verdaderamente aprendió y disfrutó a su lado. Una de esas profesoras anónimas que pueblan el planeta y que sólo conocen los que han estado en sus clases y años después en un bar uno comenta “te acuerdas de aquel día que en clase…”.

Viendo el último capítulo de Hospital Central (el del desenlace de la historia de Rai y Lola) me vino a la cabeza todo este asunto. ¿Cuántas veces nos preocupamos por lo que realmente no es tan importante? ¿Cuántas veces dejo para el final lo de pasar un ratito con mi chico "porque él siempre estará ahí" y me pongo a hacer todas esas cosas que siempre tengo que hacer? ¿Por qué a veces me preocupo tanto de trabajo, dinero, chorradas del día a día, de la tarta de Santiago que me zampé en una tarde, ... y no me preocupo de vivir más y preocuparme menos? A veces este ritmo tan ajetreado de la sociedad que me rodea me arrastra tan rápido que me marea y me hace cambiar las prioridades de las cosas. Tengo que parar más a menudo y colocarlo todo en su sitio, así cuando llegue el momento que nos llegará a todos quizá no tenga millones de euros en el banco pero sí millones de recuerdos preciosos en el corazón...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya Britanny, estaba en el sofá pensando en el estres que estoy teniendo últimamente con el trabajo, que ni tiempo de delipalarme las cejas tengo y me encuentro con esta entrada. La verdad que me has hecho pensar mucho, llevo 6 meses de casa al trabajo del trabajo a casa olvidandome de lo que esta sucediendo a mi alredeor y la verdad... no quiero que pasen los años y me arrepienta de no haber disfrutado de las pequeñas costumbres de mi pueblo de los buenos momentos con mis amigos. Es verdad que llegamos a admirar a muchas personas, pero como bien dices, ¿ A que precio?¿merece la pena tanto sacrificio?. La vida esta mal, sí, pero si uno se conforma con las pequeñas cosas de la vida no le hace falta tanta riqueza.

Biquiños.

Anónimo dijo...

"Vivir más y preocuparnos menos", parece una buena frase, digna de que la llevemos a la realidad y no quede sólo en pensamientos. Definitivamente que hay sueños y hay sueños... y de alguna u otra manera siempre buscamos la forma de alcanzarlos, obviamente es de sabios equivocarse, por eso, reconocer cuando un sueño no nos conviene puede resultar más favorable de lo que creemos. Renunciar a un sueño no necesariamente es muestra de debilidad, sino también de entereza, de madurez y de equidad. He logrado varios de mis sueños, he renunciado a algunos y mantengo otros muy presentes porque sé que los puedo alcanzar... creo que el secreto está en no soñar por soñar, sino saber lo que en realidad será un sueño que al hacerse realidad nos dará mayor felicidad.

Un abrazo!

PD: Acabo de encontrar la respuesta que buscaba en tus palabras y ahora en las mías =)

Britanny dijo...

Vaya chicas, me alegro de que mis reflexiones también os sirvan a vosotras :)

Besitos!