lunes, 22 de abril de 2013

Ya no necesito que a los demás les afecte tanto como a mí

Esta mañana he ido a caminar con una conocida. Es una ex-vecina (más amiga de mi madre que mía) pero nos vemos mucho, tenemos confianza y al comentarle que me gustaba ir a andar para hacer algo de ejercicio en seguida me propuso de ir hoy. 

La verdad es que no me ha gustado mucho el paseo: por un lado, los temas de conversación eran un poco forzados e incluso ha habido varios silencios (cosa que jamás me ha pasado con una amiga, jamás). Y por otro lado, no he hecho mucho ejercicio porque hemos paseado más bien y yo quería ir a andar rapidito para hacer ejercicio. Pero bueno, un día es un día, y no está todo perdido porque hace tiempo que aprendí que siempre se puede sacar algo positivo de cualquier situación. 


¿Queréis saber lo positivo de ésta?

Me he dado cuenta de que ya no tengo la necesidad de hacer a los demás tan partícipes de algo tanto como yo. Me explico: a veces me ocurre que algo me hace mucha ilusión, o he descubierto un método nuevo para algo, un sitio nuevo, un sitio horrible, lo que sea. Y entonces se lo digo a la gente que quiero o a los demás cuando surge el tema. Como por ejemplo cuando descubrí una gasolinera que estaba medio escondida en la zona industrial de mi pueblo y que tiene el combustible muchísimo más barato que el resto. O cuando me recomendaron un dentista y a parte de hacerme un destrozo se portó fatal. Me empeñé no sólo en decírselo a los demás, sino casi diría en convencerlos. Me puse tan pesada que casi les hubiera hecho jurar que a partir de aquel momento irían siempre a repostar a aquella gasolinera y que jamás pisarían la clínica dental de la que les hablé. Y lo mismo me solía pasar cuando algo me hacía mucha ilusión o me indignaba. Como cuando aprobé por fin la asignatura de Fonética Inglesa II en la carrera y daba saltos de alegría porque para mí era la asignatura más chunga de todas y no me creía capaz de aprobarla en la vida. Recuerdo que llegué a casa, se lo dije a mi madre y me cabreé porque sólo me dijo "muy bien hija, me alegro por ti". No era suficiente para mí, no entendía lo que aquello significaba. Era como si yo esperase luces, confetti, una pancarta y una orquesta en directo para celebrarlo ¡como mínimo! 

Situaciones así siempre me han hecho sentir mal. Siempre me he sentido como si los demás no sólo no me comprendieran sino que no les preocuparan mis cosas. 

¿Os ha pasado alguna vez?

Bueno, pues esta mañana, me he dado cuenta de que cada vez tengo más confianza en mí misma y me siento más cómoda y más a gusto disfrutando yo sola de las cosas. A ver, no es el otro extremo eh, no se trata de que ahora no comparta las cosas. Sino que simplemente muestro mi opinión y ya está. No insisto. Y sobretodo no me decepciono ni siento que no me escuchen o no le valoren mi aportación. 

Esta mañana, por ejemplo, íbamos hablando de diferentes temas y yo disentía: me decía que estaba matriculada en unas clases de pilates (carisísimas para mi bolsillo: 55€ dos clases) y que no estaba contenta pero que iba a seguir pagando y a aguantar hasta septiembre porque había pagado la matrícula (20€). A ver, yo creo que si no estás contenta con algo mejor no seguir porque al final le vas a coger manía. Y vaya tontería pagar por estar a disgusto. Sobretodo cuando el precio de la matrícula no es para tanto. Que no es lo mismo perder una matrícula de 20€ que una de 300€. Pues, ella prefería seguir su plan de pagar e ir a disgusto durante casi 4 meses más. Le he propuesto también que hablara con el responsable y le explicara por qué no está a gusto. Tampoco le ha parecido buena idea. Le he comentado que conozco un gimnasio que por 35€/mes puedes ir a hacer tantas clases como quieras y disfrutar de las instalaciones: piscina, fitness, pistas de diferentes deportes, etc. Tiene amplios horarios y está en nuestra ciudad. Pues nada. Su respuesta: "ya, si eso, en septiembre me lo recuerdas". Mi pensamiento "Sí, claro. Ahora me lo apunto en la agenda!" :P

No es mala persona pero es una mujer un poco... cabezona y gruñona. Así que, menos mal que me he dado cuenta de esto a mitad del paseo, porque luego han seguido surgiendo temas de los que se quejaba y yo le podía ofrecer alternativas que a mí me han funcionado. Así que me he limitado a comentarlas en plan "pues a mí me han funcionado esto", ella a rechazarlas todas y yo a seguir caminando y disfrutando del sol y de la playa sin ofenderme ni sentirme infravalorada. 

¡Qué gozada vencer tus malas costumbres y así poder disfrutar más de la vida!



Lo que más me satisface es darme cuenta una vez más de que voy evolucionando, voy aprendiendo de mis errores y corrigiendo las cosas que me hacen daño (y dependen de mí) para poder tener una mejor calidad de vida. Cada vez me conozco mejor a mí misma y sé qué cosas me funcionan, me gustan y me hacen feliz y me dedico a disfrutarlas. Yo sola. Porque son las cosas que a MÍ me van bien y no tiene porque cuadrarle a nadie más. Sólo a mí me encanta madrugar e ir a pasear por la playa mientras amanece, no tengo que convencer a nadie para que venga conmigo y se emocione lo mismo que yo. Me basta con mi compañía y mi felicidad. Esa necesidad de compartir con los demás se ha transformado en un sentimiento de disfrutar de MI vida. 

¿Os suele pasar esto a vosotros? ¿Alguna vez sentís que los demás no viven las cosas igual que vosotros y eso os hace daño? ¿También tenéis amigos con problemas solucionables que parece que no quieran solucionar y sólo quejarse de ellos?

martes, 9 de abril de 2013

Poniendo en práctica mis propios consejos

En el último post hablé de lo mucho que me había valido entender que hay cosas que no podemos cambiar pero sí la forma en que nos afectan. Pues bien, no sabéis cuánto me he repetido y he utilizado esta mentalidad en las últimas semanas. Han sido horrorosas pero por suerte, como todo en esta vida (como decía el cuento) ahora ya todo ha pasado. Os cuento:

 El mismo día que escribí el último post, por la noche, recibí una llamada de mi hermana. Tenéis que saber que está embarazada y vive a más de mil kilómetros de distancia. Llevaba varias semanas encontrándose mal, pero estaba en el primer trimestre de embarazo y todos pensábamos que poco a poco se le pasaría. Total que once de la noche sonó el teléfono: "Soy yo, no te asustes pero nos vamos para el hospital". ¡¿Quién no se asustaría verdad?! Llamé a mi madre y estuvimos esperando noticias, hasta que casi tres horas después nos envió un mensaje para decirnos que se quedaba ingresada. Eso quería decir que la cosa era grave. Así que respiré hondo y traté de mantener la calma, compramos un billete en el primer avión disponible y nos fuimos para allá. 

Estuvo ingresada diez días y la cosa no mejoraba, durante los dos últimos días le dieron dos ataques de ansiedad. A mi hermana, la persona más tranquila y pachorra que he conocido en mi vida. Si una sufre cuando está mala todos sabemos que el dolor se multiplica enormemente cuando el que está malo es un ser querido. Durante su estancia allí me inventé lo ininventable para distraerla, calmarla, entretenerla, acompañarla, etc. Los días se hacían eternos y las noches horribles, durmiendo en un sillón que te daba palizas en la espalda. Suerte que estaba mi madre y hacíamos turnos de 24h. Al final, consideraron enviarla a casa puesto que ya la habían hidratado y habían repuestos sus niveles de todo que estaban bajo mínimos cuando ingresó. Todo fue llegar a casa y empezar a mejorar poco a poco. Pero aún así decidí quedarme con ella hasta que se recuperara del todo. Tiempo total fuera de mi casa: casi un mes. En mi vida he estado tanto tiempo fuera de casa, no me gusta mucho viajar pero esta vez no se trataba de placer sino de necesidad.

De vuelta a casa llegué agotada física y mentalmente de todos los nervios y la tensión que había estado aguantando. Así que saludé a mi chico y a mis gatos y fui a hacer la compra para no tener que salir en unos días de casa y poder descansar. Eso creía yo.

Al día siguiente cuando me levanté mi gato estaba muy enfermo. Nos fuimos corriendo al veterinario y se quedó ingresado. Estaba muy débil. Me esperé lo peor. No dejé de llorar durante los tres días que estuvo ingresado y fui a verle en un par de ratitos. El tercer día me dejaron traermelo a casa por la noche a ver si comía porque estaba más chafado que el día anterior. Estuvo en casa durmiendo a mi lado durante casi tres horas, después se puso malísimo. Yo sabía que había llegado el final, me costaba muchísimo creérmelo porque habíamos pasado 17 años juntos y era el amor de mi vida. Pero tuve que llevarlo corriendo al veterinario. Lo envolví en su manta favorita y estuve hablándole y cantándole durante el trayecto al veterinario. Me despedí de él. En cuanto abrió la puerta el veterinario le pedí que lo durmiera sin perder un segundo. Y así fue. La decisión más dura que he tomado en mi vida. Siempre pensé que no sería capaz. Pero cuando quieres tantísimo a alguien y le ves sufrir haces lo que esté en tu mano con tal de evitarle un segundo más de sufrimiendo, aunque lo que tengas que hacer sea apartarle de ti para siempre. En cuanto se durmió me inundó una sensación de paz. Mi peor pesadilla siempre había sido que muriera en mi casa agonizando y con dolor, pero durmió ronroneando. Se lo comenté a la veterinaria antes de pincharle y me dijo que seguramente eran problemas respiratorios pero al oscultarle me confirmó extrañada que efectivamente estaba ronroneando. Así que sé que murió en paz, feliz y lleno de amor. No sabéis cuánto le echo de menos. Mi gato no era un gato corriente. Sé que eso lo decimos todos de nuestras mascotas. Pero a lo que me refiero es que para ser un gato no se comportaba como tal: le encantaba que le cogieran en brazos, te rodeaba con sus patas el cuello y se pegaba a ti ronroneando, me lamía la nariz (eran sus besitos), a la hora de la siesta se metía debajo de la sábana y se pegaba a mí poniendo siempre su pata en mi mejilla, siempre estaba donde yo estuviera y si me ponía mala nunca se despegaba de mi cama. Con los años había aprendido el significado de muchas frases y era él único que siempre supo consolarme y llenarme de cariño en todo momento. Más de una vez ha sido mi único motivo para seguir adelante y todos estos gestos de cariño sólo los tenía conmigo. No le gustaba mucho el resto de la gente. Lo dicho, ha sido el amor de mi vida. Puede sonar erróneo o egoísta pero no he querido a nadie (ni siquiera a mi familia) tanto como he querido a ese gato. Y le echo muchísimo de menos cada día porque era un escandaloso y un charlatán y se pasaba el día maullando contándome cosas. Ahora la casa está vacía. Está la otra gata pero ella es discreta, silenciosa y más "gata": sólo viene cuando a ella le interesa. 

Después de que muriera empezó a entrarme el pánico por mi gata y la llevé a hacerle un chequeo completo. Estaba muy preocupada porque él no mostró ningún síntoma a pesar de que al parecer llevaba mucho tiempo enfermo. No lo sospechaba en abosluto porque a sus casi 17 años seguía corriendo, jugando y montando a la gata tres veces al día. Así que sentí la necesidad de asegurarme de que ella estaba sana. Por suerte está como una rosa (tiene 10 años). Qué peso me quité de encima, dos días pegada al teléfono esperando los resultados de sus análisis. Menos mal. Ahora ya está lista para recibir al nuevo cachorrito que estamos esperando para finales de esta semana. Nunca he tenido ninguna duda en este tema. Minok estuvo solo durante siete años y se convirtió en un gato-mueble, hasta que llegó Sort a casa (que tenía dos meses) y ella le rejuveneció, le cuidó y le cambió la vida. Mi mejor recomendación si tenéis un gato es que adoptéis un compañero. De este modo ellos se cuidan, se hacen compañía, hacen ejercicio (algo fundamental para su salud) con sus juegos y cuando tú no estás en casa ellos están bien, porque están acompañados. 

Y esto ha sido un poco en resumen lo principal que ha ocurrido en mi vida estas semanas. Y unas cuantas cosillas más que ya contaré otro día. Pero he conseguido sobrevivir a ello, he estado muy triste, preocupada y agobiada pero he logrado mantener la calma en todo momento. Y todo gracias a mi nueva manera de tomarme las cosas. Mi hermana y mi gato: dos de los seres vivos que más quiero en mi vida y los dos gravísimos. Yo no podía hacer más que lo hice y eso me tranquilizaba. No podía curarles. Sólo podía estar ahí para ellos y hacerles lo más llevadero posible su mal trago. Si me hubiera ocurrido hace años me habría desesperado, me habría hundido y probablemente habría sufrido algún que otro ataque de ansiedad. Pero, lo importante es que ahora sé que no puedo evitar las cosas que ocurren sólo puedo controlar el modo en que me afectan y aunque era tentador perder los nervios y desfogarse creo que fui más inteligente y altruista al mantener la calma y ofrecerles mi amor. 

Ahora mismo me siento muy triste porque busco a mi gato a cada momento, tengo la sensación de que está durmiendo en otra habitación y de que en cualquier instante aparecerá por la puerta y vendrá a rascarme para que le coja en brazos y le de besos. Estas sensaciones son habituales cuando muere alguien, a tu cerebro le cuesta interiorizarlo y siempre piensas que aparecerá en cualquier momento. Con el tiempo esa sensación es cada vez menos frecuente. Pero a la vez que triste me siento feliz y sobretodo en paz. No he conocido en la vida un gato más feliz y con el pelo más brillante que el mío. Ha vivido como un rey y ha tenido una calidad de vida del 100% hasta el último día, y he decidido quedarme con eso. Nadie se merece verse incapaz o depender de los demás, nadie debería presenciar cómo su vida se va apagando poco a poco sin poder hacer nada al respecto. Por suerte con los animales la eutanasia es legal y, en mi opinión, es el mejor regalo que le puedes hacer a tu mascota para agradecerle tantos años de alegrías: un final digno y relajado, sin dolor. 

Tengo que deciros que me ha costado muchos días escribir todo esto, sabía que necesitaba desahogarme y contarlo pero me costaba mucho sacarlo. He llorado mucho mientras escribía. Para aquellos que tengáis mascotas, si alguna vez os véis en la triste situación que yo me ví en la que tienes que decidir que "dormir" a tu amigo es la mejor opción, os diré algo que yo no sabía y que siempre me había preguntado cómo sería. Al menos os cuento que en mi caso fue así: primero le pusieron un valium para calmarle, luego le anestesiaron y se quedó dormidito y finalmente le pusieron la inyección letal. Así que en mi opinión no es nada agresivo, lo hacen de una manera en la que el animal se va tranquilo y relajado. Yo nunca me había atrevido a preguntarlo, pero siempre había pensado que era algo bestia y que le ponían una inyección a saco y caía desplomado (mente peliculera, lo sé). Pero por suerte no es así, al menos en este caso no lo fue.

Finalmente, deciros que a partir de ahora y durante unos meses voy a daros la lata más a menudo. Tengo tantas cosas en la cabeza y tantos temas pendientes que resolver que se juntan con todo el cansancio que llevo arrastrando estas semanas que he decidido dejar las clases. Puede sonar altivo y descerebrado que deje de percibir mi fuente de ingresos en los días que corren. Sin embargo, es una cuestión de salud. No me sobra el dinero, de hecho vamos más bien justitos. Pero necesito un descanso. Han sido experiencias muy fuertes y todavía no lo he echado. Bueno, parece que mi cuerpo está empezando porque hace dos días tenía un dolor tan fuerte en la espalda que tuve que ir al médico: contractura del trapecio (¡no sabéis lo que duele!). Probablemente motivada por la ansiedad. Es curioso, siempre he asociado ansiedad con taquicardías, hiperventilación, nerviosismo, etc. Pero al parecer tiene muchas formas de manifestarse. Por suerte, el cuerpo es sabio y te avisa. Y el mío me ha dicho "¡basta! ¡frena!". Y por una vez le voy a hacer caso.

Esta es una de las últimas fotos que le hice a Minok, y aunque en la foto no se aprecia igual, ¡mirad cómo le brilla el pelo! :)