martes, 10 de junio de 2008

El síndrome de Olivia Newton John

A veces pienso que hay fases de la vida que inevitablemente todos atravesamos sin remedio: la época de mostrar nuestra rebeldía e inconformidad con el mundo a través de nuestro aspecto (recuerdo una época que me dio por pintarme los ojos rosa chillón y la raya de los ojos negro a lo bestia, que vergüenza ahora que lo pienso, aunque también me parece divertido). También todos pasamos por esa fase en que nuestra familia de verdad son nuestros amigos y nuestros enemigos son la familia carnal a la que tratamos de evitar lo máximo posible (una de las principales características de la época del pavo). O sino también la fase escapista que tarde o temprano nos da a todos (normalmente durante la época universitaria) en la que estás harta del mundo que te rodea y te crees que si te vas -como en las pelis- a vivir a otra ciudad y a empezar desde cero todo te irá de maravilla. Pero, de todas esas fases o circunstancias por las que creo que todos pasamos alguna vez, recuerdo con especial cariño lo que yo llamo el síndrome de Olivia Newton John. Esto es la paranoia que nos da -a raíz de ver a la prota de Grease- de cambiar radicalmente de look y con ello pensar que seremos más populares, más guapos, más admirados, más queridos y que en el fondo seremos más felices. Es cuando nos da por cortarnos el pelo a lo bestia, por teñirnos de otro color, por cambiar radicalmente nuestro estilo de vestir, por quitarnos el flequillo o crear uno, etc. ¡incluso sé de gente que ha llegado a comprarse lentillas para cambiar el color de sus ojos!. Al menos yo creo que todos lo hemos probado aunque sea un día. Yo he sufrido ese síndrome montones de veces entre los 13 y los 17 años -ya he confesado ser una películera rematada en más de una ocasión. Me acuerdo una vez que traté de impresionar al chico que me gustaba en el insti, os pongo en situación: yo siempre sacaba notas altísimas -al menos hasta el insti, la uni ya es otro tema- no era la típica empollona con gafitas pero sí que he sido siempre muy tímida y a pesar de hablar con todo el mundo siempre me he relacionado con círculos reducidos. En el insti casi siempre vestía en plan "aparte" como digo yo, es decir, pasando de modas yo iba con mis tejanos y mis camisetas, blusas, etc. Normalita del todo. Él era un pijo rematado y el tío más popular casi de todo el insti, pero yo estaba coladita por él porque extrañamente hicimos amistad y cuando estábamos a solas era otro, un encanto nada parecido al soberbio pijolín que aguantaba todo el mundo en clase. Pues bien, un día me desperté con el dichoso síndrome en las venas y llamé a mi mejor amiga que tenía mucha maña como esteticién de andar por casa: me planchó el pelo, me pintó un poquito, me prestó un vestido cortito en plan pijolina, y lo que es peor: ¡¡me animó a embutirme en unas botas altas que eran un número menor al mío!!. No sé cómo me convencí o me convenció, no sé cómo pude hacerlo... Total que el tío se quedó impresionado. Sí, a partir de aquel día no paró de hablar conmigo de cualquier chorrada que se le pasara por la cabeza pero a mí me dolían tanto los pies que incluso me cabreé injustamente con él por haber sido tan idiota de pretender hipnotizarle con mi aspecto aún a pesar de mi salud. Ni qué decir tiene que mientras menos caso le hacía -por el cabreo- más caso me hacía él a mí, pero bueno eso de que los tíos son un mundo aparte es otro tema...
En fin, todo esto me vino a la cabeza el otro día cuando emitieron en tv la esperada transformación de la protagonista de Yo soy Bea. Yo que pensaba que esas cosas ya habían pasado de moda cuando los índices de audiencia se cargaron los concursos tipo Cambio radical, Equipo G, etc en los que un equipo de esteticines, peluqueros, estilistas y (en algunos casos) cirujanos cambiaban por completo el aspecto -y al parecer la calidad de vida- de gente normal y corriente -como somos la mayoría- poseedores de cuerpos imperfectos (los cuales nos negamos a aceptar) y millones de complejos difíciles de desterrar. Lo que yo me pregunto es ¿cómo se hace para pasar de ser normal/del montón a ser superguapa/divinadelamuerte? Es decir, está claro que si llevas gafas te tienes que poner lentillas; si tienes flequillo, te lo quitas (y viceversa); si tienes el pelo liso, te lo ahuecas, le das volumen, rizos, etc. (y viceversa); si vistes con tejanos y camisetas o blusas normales te tienes que pasar a las minifaldas y las medias; si tienes las cejas más espesas que el abuelo de Heidi te las depilas hasta que parezcan una línea y no un pegote; si siempre llevas el pelo recogido ahora toca llevarlo todo el día suelto a lo Pantene; etc. Vamos que pasar de ser un patito a un pato parece que no tiene mucho misterio, a fuerza de creer que todavía queden patitos como la muchacha de la serie que sigue llevando blusas con estampados ochenteros y gafas de las de mi abuela. Pero ¿qué pasa cuando eres un pato normal y quieres convertirte en cisne? ¿Eso se puede? ¿Sin cirujía? ¿Sin que el presupuesto destinado a ello supere el destinado a la alimentación? No sé yo...

1 comentario:

Dita Ciccone dijo...

yo un día también decidí pintarme los ojos de colores llamativos, con raya negra... y aún los llevo. No puedo salir de casa sin ellos... jaja
En cuanto a los tíos... pues funcionan como funcionan, ya sabes que cualquier cosa llamativa les hipnotiza
Besos