lunes, 14 de abril de 2008

CUANDO ESTÁS BIEN

Cuando estás bien sientes la tentación de guardar ese buen rollo, esa sensación de plenitud, esa felicidad en un botecito para poder tomar un poco de eso cuando estás mal. Ojalá se pudiera hacer. Cuando estoy bien me pregunto cómo puede ser que haya estado mal alguna vez. Soy una persona extremadamente extremista, cosa que a veces puede ser un defecto pero otras, sin embargo, se convierte en una notable virtud. Mi personalidad extremista no entiende cómo puedo haber estado mal cuando estoy bien y como puedo haber estado bien cuando estoy mal. Simplemente me cuesta imaginarlo o recordarlo. O me siento completamente feliz y afortunada o me siento totalmente vacía e insatisfecha. Nunca recuerdo atravesar el gris para ir de un extremo al otro, pero lo llevo bastante bien dentro de lo que cabe.

Últimamente he pasado una racha de esas en las que no llegas a estar mal porque no te quedan ni ganas. Llevo en plan apático bastante tiempo, más del que recuerdo, pero poco a poco todo empieza a clarear y sospecho que la luz del veranito puede que arroje luz sobre mis viejos fantasmas de siempre (ojalá). Ante casos como este dicen que viene bien aplicar el refrán: no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Me uno a ese dicho, aunque no de forma tajante. A veces no hace falta perder algo del todo, basta con concentrarse mucho e imaginar cómo sería todo si se hubiera perdido. Esto es lo que me pasó hace unos días cuando quedé con una vieja amiga.

Hacía mucho que no quedábamos con tiempo para hablar de nuestras cosas y estuvimos charlando sobre temas existenciales, el sentido de la vida, de nuestras vidas. Bueno, de la mía en concreto. Yo estaba un poco desanimada por todo lo que me ha pasado últimamente y porque me preguntaba si la vida era algo más que trabajar y trabajar hasta jubilarse. Entonces empecé a quejarme de que últimamente mi rutina me asfixiaba, todos los días me parecían iguales y aunque era consciente de que tenía una suerte que muy pocos tienen de permitirme unos meses sabáticos sentía que no los estaba aprovechando, y lo que es peor: no los estaba disfrutando en absoluto. Yo tan sólo lo comentaba como para desahogarme, porque a veces viene bien decir las cosas en voz alta y escucharse a uno mismo (a mí a veces me funciona). Nunca espero que nadie se pare a solucionar mis problemas, me gusta que me den el punto de vista objetivo que se observa desde fuera pero no me gusta nada que me digan lo que tengo que hacer. Hace tiempo aprendí a decidir por mí misma y aceptar tanto mis aciertos como mis fracasos como única responsable de ellos. Pues bien, la historia es que mi amiga –con toda su buena intención imagino- se lo tomó todo muy a pecho. No sé si es que le pareció verme muy mal o simplemente interpretó que debía hacerse cargo de mí y más que ofrecerme consejos digamos que empezó a organizarme mi nueva vida: según ella lo que me pasaba es que no apreciaba mi vida, que no me sentía viva y por ello debía hacer algo fuerte que me diera una buena descarga de adrenalina y me hiciera sentir viva. Estuvo un buen rato contándome la vitalidad que sintió al saltar en paracaídas y lo bien que le sentó aquello para descubrir que estaba viva y que se alegraba de ello. Luego siguió analizando mi situación y me aconsejó que aceptara el primer trabajo que hubiera para poder independizarme e irme a vivir a otra población a unos 30kms de la mía ya que los alquileres eran muy baratos y con cualquier trabajillo podría por fin independizarme y escapar de las cadenas que me ataban –según ella- al hogar que comparto con mis padres. Por último se dedicó a repasar punto por punto mi lista de virtudes y defectos, haciendo hincapié en los últimos con total aplomo: cosas como cambiar lo de hacer deporte en casa con videos y bici estática e ir por fin a un gimnasio de verdad, maquillarme más a menudo para parecer más femenina, procurar pasar en casa el menor tiempo posible, dejar de lado el ordenador una buena temporada y salir a pasear sola olvidándome de la situación que hubiera en casa a cada momento. Debo deciros que la conversación se alargó cinco interminables horas durante las tres últimas de las cuales yo me dediqué a decirle que aunque agradecía su esfuerzo y dedicación no me parecían alternativas adecuadas a mi forma de ser y mi estilo de vida, a lo que ella no paraba de acusarme de ser una cerrada de mente e insistía en el dogma de “si no lo has probado no puedes opinar”. En vano fueron mis esfuerzos de explicarle mediante ejemplos que se equivocaba y que hay cosas que aunque no has probado basta con conocerte un poquito a ti mismo para saber a ciencia cierta que no te van a gustar. Me cansé de repetirle que soy agorafóbica, y que aunque lo llevo bastante bien, no me hace ninguna falta saltar en paracaídas para valorar mi vida, yo con ser capaz de coger el metro sola ya desprendo altas dosis de adrenalina por todos los poros de mi piel que en la mayoría de ocasiones me provocan deseos incontrolables de besar el suelo cuando salgo del vagón. Luego dedicamos cerca de hora y media a discutir el tema de independizarme ya que aunque viva con mis padres me siento bastante a gusto, me encanta la casa y la zona, tengo mi propio cuarto que me permite mi rinconcito de intimidad necesario y mis obligaciones son mínimas comparadas con las ventajas de esta situación. Le expliqué que mis planes comprendían mi independencia dentro de dos o tres años en vistas a comprar un piso con mi pareja y que aunque sé que este tema está muy complicado mi última opción era irme de alquiler y muchísimo menos irme de casa sin estar segura de lo que hago, por probar. También le insistí en que adoro mi ciudad, que está situada a unos 20kms de la capital (donde tengo intención de empezar a trabajar en breve a ser posible para siempre) y que mudarme 30kms más lejos convertiría los 45 minutos de transporte en tren en un mínimo de una hora y media. Sobre el tema de mis defectos y virtudes, que fue el último que ella se atrevió a juzgar, ya ni la estaba casi escuchando (apenas al principio de su discurso). Cuando entonces me di cuenta, todo empezó a solucionarse como por arte de magia: ella me estaba planteando una opción de cómo podría ser mi vida (obviamente a su gusto, que es bastante opuesto al mío). Fue entonces mientras mentalmente descartaba sus sugerencias y las cambiaba por opciones a mi gusto cuando me di cuenta de que lo que estaba cambiando era lo que yo ya tenía. Ella me proponía apuntarme a un gimnasio y yo ya disfruto de unas buenas palicillas deportivas en casa a mi gusto, bajo mi horario y sin miradas ajenas. Me proponía alejarme de la tecnología, una de las cosas que más me gustan de la época que nos ha tocado vivir. Me sugería que me fuera de casa, con lo a gusto que estoy yo aquí ahora (sé que no estaré aquí siempre pero de momento estoy muy bien). Todo lo que ella me proponía para “mejorar” mi calidad de vida me hacía pensar en que en realidad yo ya tenía esa calidad de vida, solo que no la estaba disfrutando. He de deciros que al final tuve que fingir que la estaba escuchando y que era una persona muy sabia y experimentada en la vida y que me pensaría seriamente lo de mudarme. Sólo así pude librarme de ella e irme por fin a casa.

No me malinterpretéis, quiero mucho a mi amiga, lo que pasa es que en los últimos años apenas nos hemos visto de pasada y no hemos hablado mucho y por eso quizá ella no se haya dado cuenta de que ambas hemos cambiado mucho y ya no compartimos tantas ideas y gustos como antes. Y sobretodo que ya no nos conocemos tan bien como cuando nos veíamos cada día en el instituto e incluso algunos fines de semana. Agradezco mucho las molestias que se tomó, ya que de una manera altruísta invirtió toda su tarde en reorganizar mi vida, sin embargo y aunque no le dije nada, no me pareció muy bien que me juzgara de aquella manera. No soporto a las personas que van por la vida convencidas de que poseen la sabiduría absoluta y se creen con derecho de decirles a los demás cómo tienen que ser. Suelen ser esas personas que se quejan de sus parejas y de que no consiguen cambiarlas y no se dan cuenta de que a las personas no se las puede cambiar, uno tiene que querarlas tal y como son (o sino buscarse a otras), cosa que no quita que con el tiempo esas personas cambien. Todos cambiamos.

Al final de la tarde cuando llegué a mi casa me sentí muy contenta de tener todo lo que tengo y por fin empecé a disfrutar de mi rutina diaria y de poder adaptarla a mi gusto y hacer y deshacer sin consultar con nadie. Cuando entré en mi habitación me pareció como más grande y más acogedora de lo que siempre me parece. Por otro lado empecé a pensar en mi amiga y me sentí un poco triste porque me di cuenta de que ella había viajado a destinos con los que yo sueño viajar, vivía con su pareja, tenía un físico muy atractivo, tenía ese espíritu aventurero que le llevaba a hacer locuras –para mí- como saltar en paracaídas, sin embargo, me di cuenta de que no me parecía feliz. Ella tenía mil cosas, mil cosas que aconsejaba a los demás, pero nunca parecía feliz. Vivía en un piso que era de su pareja y del cual sabía que no le pertenecía nada y que si un día todo se iba al traste la que se tendría que ir sería ella, no estaba trabajando porque no encontraba ningún trabajo que le llenara, apenas comía –aunque lo negaba- porque hacía lo imposible por mantener el tipo, había viajado a paraísos exóticos a costa del sueldo de varios meses privándose de todo y trataba de no quedarse en casa y salir cuanto podía por tal de no quedarse a solas consigo misma. Entonces me supo mal por ella, pero cada uno es responsable de su vida y de sus elecciones. Y yo me alegré de ser auténtica y sincera conmigo misma y de pasar por duros momentos de reflexión, hastío, confusión, asfixiante rutina … todo lo que tuviera que soportar con tal de luchar por ser feliz y no resignarme a aceptar lo que las personas que han dejado de luchar suelen creer ciegamente: que la felicidad no existe y que en caso de que existiera sólo estaría al alcance de unos pocos agraciados. Amigos, la felicidad existe. Quizá cada uno la entienda a su manera, quizá sea un camino, un modo de vida, una serie de pequeños momentos, lo que cada cual considere. Pero lo que es cierto es que si tu vida no te gusta sólo tú eres responsable de ello, sólo tú puedes cambiarla, sólo tú sabes cuánto esfuerzo puede llevarte conseguirlo, sólo tú sabes qué cambiar, sólo tú sabes cómo hacerlo, sólo tú sabes el precio. Sólo tú. No esperes a que nadie venga a hacerte feliz, decídete a serlo por ti mismo. A veces no será fácil, otras llegará sin esfuerzo. Pero una mente cerrada y negativa nunca ayudará a dar con ella. Atrévete a ser feliz, asume el reto. Y recuerda:

Si nunca haces más de lo que has hecho,

Nunca llegarás más de donde has llegado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pasa exactamente lo mismo. Precisamente hoy me pregunto, por qué hice toda una pataleta hace un par de días, si un día como hoy me siento increíble e inmensamente feliz?

Ya ves... acá tienes a otra neurótica, pero al menos soy una neurótica que sabe ser feliz y sabe dar lo mejor de sí.

Anónimo dijo...

Has hecho bien, ni no mismo se llega a conocer del todo para que los demás crean saverlo mejor que uno mismo.

Biquiños.